POR VÍCTOR MÉNDEZ
Cuando cuento esto, que es muy pocas veces, recomiendo a mis amigos, armarse de una “petaca” de licor más bien aromático, menta, anís, cinzano, o similares.
La María era una mujer de mucho esfuerzo, compartíamos la venta de productos en comercio ambulante en el centro de Valparaíso, luego de una aguerrida jornada lanzando duraznos naturales y en conserva contra fiscalizadores y policías, se ofreció a darme alojamiento en su casa, conocedora de mi condición de calle. Aquella noche, ya más relajados y a la luz de la vela ya que le habían cortado el suministro eléctrico me dijo “oye, pero tú tienes historias para escribir un libro”, quizá algún día, respondí , pero, ¿Qué es lo que más te ha marcado de la calle?, bueno, dije aparte de la señora de mucha plata que me daba restos de comida en el plato del perro pero, una situación que veía habitualmente pero tenía dudas hasta que un día en mi caja de cartón que usaba de vivienda me dio de frente el sol, entonces en mis adolescentes malolientes axilas hacían de las suyas los piojos, más aún activados por el sol, y ¡sas!, metí mi mano, busqué y agarré uno de esos pequeños seres que succionaban mi sangre con molestas picadas en mi juvenil cuerpo ,lo llevé a mi boca y mordí, una y otra vez con la intención de castigar a tan molestos seres. Sentí el desagradable sabor de la sangre, el rojo cubrió mis dientes, no le di importancia, el castigo ya había sido impartido, la señora María volteó y le vino una crisis de vómitos que casi se la llevan para el otro mundo, se lanzaba agua y mucha agua a su cara.
Ya más calmados me dio la receta de los licores, no le doy a nadie la experiencia, la calle deja muchas cosas malas, hambre, frío, soledad, pena, dolor porque otros tienen y yo ni para comer, nunca más volví a ver a la señora María, sólo recuerdo que vivía en el cerro Barón en una maloliente casa muy muy pobre, lo que no impedía que tuviera buen corazón, ya debe estar en el Cielo, no tengo dudas.
VMN